Quiero verte más. La culpa de tener otro bebé.
Cuando nace nuestro primer hijo, nace también una madre. Nace un amor indescriptible, un sentimiento de pertenencia, una felicidad que crece cada día. Con el primer hijo, uno aprende a ser madre. Lees, estudias, analizas, tomas partido por una u otra forma de crianza. Experimentas, intentas, te arrepientes… Modificas, intentas otra vez. Pasas horas sin dormir. Muchas veces innecesarias. Sólo porque temes que tu tesoro se te vaya en el sueño. Entonces, prefieres pasarte la noche entera despierta, no haciendo nada más que verlo. Verlo. Sólo verlo es suficiente.
No debe existir nada más adictivo para una mamá que ver a su cría durmiendo. Entonces empiezas a aprenderte el ritmo de su respiración, y ya conoces perfectamente qué tan profundo es su sueño. Observas sus ojos, y ves cómo se van aplanando, hasta que sus párpados están tan pesados de sueño, que parecen unas sábanas. Puedes ver sus pequeñas venas a través de sus traslúcidos párpados, que sigues mirando fijamente. Luego bajas, y observas su boquita, que parece lo más irresistible que has visto. Y si tienes suerte, lo verás sonreír en ese preciso momento. ¡Si!. ¡Sonrió!. Está dormido, ¡y sonrió! ¿Qué estará soñando? Está feliz. ¿Estará soñando conmigo?
Ya son las 3 de la mañana, pero no te importa, quieres seguir memorizando cada centímetro de su diminuta carita, quieres mirar sus manitos, y poner delicadamente tu dedo, para que en sueños te apriete con fuerza. Ahora observas su cabecita. Sus bracitos gorditos, sus piernitas llenas de rollitos, sus patitas que parecen empanadas… todo, todo es hermoso… y sigues, sigues observándolo, memorizándolo, admirándolo.
Si fuera posible, pasaría mi vida entera mirándote. Te miro, y mi mirada acaricia tu piel de porcelana.
Ya es de día, entonces tus ojos me hablan. Sé perfectamente cuando tienes hambre, sueño, aburrimiento, o simplemente cuando quieres cobijarte en mamá. Te conozco tan bien. Eres como una extensión de mi propio cuerpo. Creo que el alma de nuestro cordón umbilical no lo pudieron cortar. Seguimos unidos. Seguiremos unidos. Te amo. Me amas. Somos uno. Seremos uno. Siempre. Hay un vínculo, una pertenencia, una complicidad, tan pero tan profunda, que no hay forma que se rompa. Hablamos sin hablar. No hay entorno, no hay espacio, ni tiempo que nos limite. Somos infinitos.
En este amor, es que creo que debo regalarte un compañero de vida. Un hermano. Me lo cuestiono. Me pregunto si realmente es lo que tú quisieras. Te veo tan solito. Quiero lo mejor para ti, pero sé que voy a romperte un poquito el corazón porque me tendrás que compartir. Me aferro a la idea de que eso pasará pronto, y que aprenderás a compartirme, y en cambio recibirás el amor de un hermano. Te preparo. Te hablo. Te muestro como va creciendo el bebé. Te compré hasta una muñeca, para que vayas practicando.
Ya llegó el bebé. Se adelantó un poco, y no alcancé a prepararte como quería. Probablemente mi embarazo habría tenido que durar unos 48 meses para prepararte como hubiese querido. No quiero que sufras.
Ahora ya estamos en casa. Has tenido que crecer mucho. Una culpa enorme riega mis venas. Y es que quiero verte más. Quiero verte como antes. Pasar horas anclando mis ojos en ti. Y lo mismo para la bebé. Hoy siento que no hago bien el trabajo con ninguno de los dos. A ti dejé de verte, y a ella nunca la he podido ver, observar y analizar como lo hacía contigo. Tengo una necesidad imperiosa de pasar tiempo de calidad con cada uno de ustedes. Quiero estar 100% para ti. Quiero estar 100% para ella.
Cada día pretendo ser la mejor madre para ustedes. Pero les debo. Les debo tantas horas eternas. Quiero contemplarlos.
Me duele hablar contigo, pero tener los ojos puestos en tu hermana que se lleva cualquier cosa a la boca. Me duele estar cantándole una canción a ella, pero estar mirándote a ti, porque donde te estás encaramando te puedes caer. Me duele amamantarla y no poder mirarla, porque te estoy mirando a ti, que me estás mostrando como estás aprendiendo a saltar. Me duele estar a medias para cada uno de ustedes. Me duele que hayas tenido que crecer de repente, y hacerte un niño cuando todavía querías ser bebé. Me duele que tu hermana no tenga a su mamá como tú la tuviste durante tus dos primeros años.
A mi pequeña bebé… quiero decirte que eres una gotita de perfección. Te amo, y no sabes cuánto me duele no haberme podido regalar esas largas horas para observarte como lo hice con tu hermano. Culpa. Siento una culpa tremenda. Es lo que nos tocó. Quiero verte más. Quiero pasar todas las horas de mi vida, sólo contemplándote. Quiero estar aquí, tan cerca tuyo, como pude estarlo con tu hermano. Quisiera congelar momentos. Porque tantas veces me han necesitado los dos al mismo tiempo, y no puedo dividirme, y termino atendiéndolos a los dos a medias, haciendo lo que puedo. No, no es suficiente. Necesito más. Necesito más de mí para ustedes. Y si hoy me siento defraudada conmigo misma por no darles a cada uno la totalidad de mi ser… ¿cómo será más adelante? ¿Nos acostumbraremos a compartirme? Mi amor es tan absolutamente inmenso y multiplicado. Pero mi cuerpo es limitado. Necesito más brazos para cobijarlos, más labios para besarlos, más manos para acariciarlos, más cerebro para ingeniármelas para no faltarles ni un segundo a ninguno… porque lo son todo.
Claudia Pandelara A. Asesora de Lactancia, Lactivismo Chile.